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Entregar la vida entera nos puede parecer un acto heroico, emocionante. Pienso en la última acción de Tony Stark o Iron Man en la película Endgame. En ella, se resume el arco de este personaje que transitó desde el egoísmo y la megalomanía, hasta el sacrificio para lograr el objetivo del grupo. ¿Es eso lo que escuchamos en la Pasión de Jesús?

Jesús es un ser humano completamente apasionado. Vive sus días al máximo y es capaz de inspirar a las personas con su sola presencia. Eso lo sabemos porque quienes lo siguieron por el camino hasta llegar a Jerusalén comprendieron pronto que estaban delante de alguien completamente excepcional. Quizás no entendían muy bien lo que él decía o lo que quería, sobre todo en las ocasiones en las que hablaba abiertamente del destino del profeta.

La vida entera de Jesús puede mirarse como una entrega total que marcó profundamente a todas las personas que entraron en contacto con él. No solamente porque es un fuera de serie, al estilo de Gandhi, Luther King o Malala. Se trata de algo distinto: Jesús dejaba su propia persona en cada palabra, gesto, silencio, oración, arenga y milagro. Es una persona capaz de renunciar a sí mismo con tal de que los demás puedan acceder al Amor del Padre. Gracias a él, la humanidad comprendió nociones como fraternidad, servicio, amor, fe y libertad.

El problema es que, incluso en nuestros días, la Verdad es incómoda para algunas personas. Valores como los que hemos citado no tienen cabida en un mundo egoísta que privilegia las posesiones y la novedad, por encima de los auténticos tesoros del corazón humano. Hablar de un Dios que es amor y libera al ser humano de sus fragilidades, para invitarlo a llamarlo Padre, significa que todos somos hermanos y hemos de tratarnos como tales. Ya no hay sitio para el egoísmo cuando los ojos de mi hermano me reflejan y me hacen comprender quién soy en realidad. Ya no hay sitio para lo trivial cuando quedarse encerrado nos hace comprender lo más esencial, lo irrenunciable: los tesoros de nuestro corazón. Y, aunque parezca que eso es lo mejor que nos puede pasar, los grandes que se sirven de la división de las personas miran con malos ojos el mensaje de Jesús.

Para las autoridades religiosas, Jesús es incómodo porque afirma que el Templo no es ya el único lugar para entrar en contacto con Dios. Estos días nos han confirmado que nuestros corazones son, efectivamente, el sitio privilegiado para vivir en el Amor de Dios. Pero eso no va conforme a los beneficios que la gente ligada al Templo de Jerusalén obtenía. Jesús les estorba y deben deshacerse de él.

Para las autoridades civiles, Jesús es incómodo porque afirma que todos somos hijos de un mismo Padre y que las diferencias no pueden prevalecer frente a lo que verdaderamente nos une. Las personas merecen que se les trate con amor, respeto, dignidad. Estos días han ido despertando en muchos un par de agentes peligrosos: la compasión y el servicio. Los poderes económicos que manipulan los gobiernos de este mundo no pueden ver con buenos ojos esta misericordia que deja tan pocos dividendos. Jesús y su mensaje valen más para divertir incautos, pero no para organizar al populacho. El rey de los tontos debe morir.

¿Quién podría salvar a Jesús de la determinación para matarlo injustamente? Hoy hemos escuchado cómo la injusticia, que se basa en la mentira y la envidia, parece triunfar. Se llevan a Jesús de noche porque es la hora de la oscuridad que busca destruir la luz de la esperanza que ya se había sembrado en los corazones de tantos seguidores. Lo condenan bajo falsos argumentos, lo mandan a morir porque ha dicho la Verdad: Jesús es el Hijo de Dios y el Mesías prometido. Para que se cumplan las Escrituras, él entrega su vida voluntariamente a quienes buscan despedazarlo. Con saña y crueldad, dejan caer sobre él un vendaval de tormentos. Quienes han presenciado todo no pueden sino lamentarse de la muerte del justo.

Ellos tampoco han comprendido a Jesús. Las autoridades han visto en él un peligro y han pensado que más vale que uno muera por todos. Los discípulos se han marchado, ocultos en las sombras, para salvarse a sí mismos antes que entregar la vida como el Maestro. Las mujeres, que lo acompañan desde Galilea, contemplan impotentes la barbarie, y lo van acompañando hasta quedarse sentadas frente al sepulcro. ¿Y nosotros? ¿Hemos comprendido algo de lo que escuchamos apenas? ¿Por qué muere Jesús? ¿Quién lo libraría y no lo hizo?

Jesús ha muerto porque sólo desde la completa soledad y oscuridad puede brillar con más intensidad la luz. Solamente quien ha conocido el dolor del abandono y la muerte puede comprender verdaderamente nuestra fragilidad. Jesús es el siervo sufriente que no ha querido recorrer el camino fácil, buscando resolver todo mágicamente. Jesús es el Maestro que nos enseña desde la Cruz que todo lo que ha dicho, hecho, enseñado puede ser vivido hasta las últimas consecuencias. Su obediencia al plan del Padre para establecer el Reino de Dios es total y absoluta. El Padre no enviará una legión de ángeles para salvarlo.

Una lección: ante la mayor crueldad de la que es capaz la humanidad, nuestro Padre Dios es capaz de hacer surgir la Vida y renacer la Esperanza. Pero es necesario el silencio del sepulcro para que lo comprendamos bien. Nuestros dolores y la tristeza; nuestra soledad y la incertidumbre; nuestras preocupaciones y penurias: todo es parte de nuestra vida humana, pero la riqueza que Dios nos ofrece a través de la Cruz de Cristo es adquirir sabiduría sobre lo que es verdaderamente esencial. Y tú, ¿a qué le estás entregando la vida con pasión? ¿Dónde está realmente tu corazón?