El pasado 11 de julio tuve el privilegio de acompañar y ser testigo de la profesión simple de seis hermanos míos, los novicios a quienes acompañé durante este año en Celaya. Eso de llenó de alegría, claro, y también despertó algunos recuerdos bonitos de mis primeros años y pasos en las Escuelas Pías. ¿Qué es eso de profesión simple? ¿Ahora qué sucederá con los muchachos? ¿Qué se siente mirar a las nuevas generaciones recorrer el camino junto a mí?… A todo esto y más respondemos hoy.
Un noviciado, generalmente hablando, es un año especial en el que se dedica a la escucha atenta de la voz de Dios, que nos habla en murmullos dentro del corazón y a través de los acontecimientos del mundo. Digamos que se trata de un entrenamiento intenso en la disciplina del silencio y la oración.
Planteamos una pregunta: ¿las Escuelas Pías son un proyecto para mi vida? ¿Cómo encajo yo en medio de todo esto? ¿Qué quiere Dios conmigo? Y, si la respuesta es que nuestro proyecto de vida encaja en las Escuelas Pías porque es lo que Dios nos plantea como camino de plenitud de vida y amor, pues nos comprometemos a vivir como escolapios.
El entrenamiento no termina con el año de noviciado. Continuará por seis años más, durante los cuales, realizamos los estudios requeridos para vivir nuestro apostolado con la calidad que el Pueblo de Dios nos demanda. Cada verano, al final de cada uno de los seis años, revisamos la vida y reflexionamos sobre lo que Dios nos va pidiendo. Renovamos nuestros votos (los compromisos que hicimos) y seguimos adelante.

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Debido a las condiciones de pandemia, hemos transmitido la celebración vía streaming en nuestra plataforma de ENCUENTRO, en facebook.
Cuando yo hice mis votos simples, dentro del corazón tenía una gran ilusión y alegría. Ver a estos hermanos míos hacer su promesa, con la esperanza de que sabrán descubrir la mejor manera de servir a Dios en las Escuelas Pías, me ha traído dos recuerdos poderosamente vívidos.
El primero, por el lugar: en esa capilla yo inicié mi vida en la Orden, de alguna manera. Con una misa, fui recibido como un prenovicio, y me paré justo ahí donde los muchachos estuvieron. Ha sido hermoso pensar que ahora, desde “esta etapa del camino”, puedo recordarlo agradecido por todas las aventuras que he vivido desde entonces.
El segundo, por las palabras y los gestos: porque en la fórmula de profesión está condensada todo lo que se explica en las Constituciones (clase que compartí con ellos) y en el gesto sencillo de arrodillarse está contenido el carisma propio de los escolapios, abajados por el Reino para servir con alegría.



En un momento así, solamente cabe dar gracias a Dios. Si lo piensas, querido lector, todo lo que somos y hacemos proviene de su mano, que nos ha dado la posibilidad de que suceda. Nuestras decisiones de seguir su llamada son la respuesta bonita para que esta historia continúe, pero la verdadera iniciativa la ha emprendido el mismo Señor. De eso no me cabe duda. Hoy todavía no comprendo los motivos para llamarme a mí, pero he aprendido en el camino a dejar de cuestionar sus decisiones. Hoy pregunto “para qué”, antes de “por qué” en el proyecto de Dios.
Vivir estas profesiones simples al lado de mis hermanos ha sido algo verdaderamente lindo. Espero que su camino en el juniorato esté lleno de retos y lecciones que maduren su decisión de seguir a Jesús como lo único necesario, en las Escuelas Pías, y según el ejemplo de San José de Calasanz.