Señor Comte-Sponville:
¿Será que cuando usted escribe serenamente todas estas líneas, y yo me identifico con muchos de sus dichos, estaremos de algún modo conectados? ¿Será que mi generación es hija/nieta de la suya? ¿Cómo se puede seguir creyendo en medio de la realidad que nos toca afrontar?
Para mí, la pregunta es a la inversa: ¿cómo afrontar mi realidad en la incredulidad? Usted y yo estamos convencidos de que el amor es un valor por encima de todo, sabemos que el ser humano no es el más confiable, ni el más fiel, ni el más amoroso y altruista de todos los seres. Sin embargo, usted y yo somos humanos, creemos en la libertad y hemos experimentado alguna vez momentos sublimes que nos remiten a nociones como eternidad, unidad, simplicidad, o silencio. A mí tampoco me parece que la espiritualidad tenga que remitirse a un Dios de los manuales. Sin embargo, cuando me he encontrado en las situaciones antes enumeradas, también experimenté un encuentro personal. Son experiencias vitales, querido señor, que van más allá de mi propia comprensión, que me conducen a una mística especial: no una de auto-referencialidad o de nirvana, sino a una mística de encuentro con Otro, uno que no soy yo. Estas experiencias de encuentro son las que dan sentido a mi existencia y a mis luchas cada día por seguir esperando, incluso sabiendo que mi debilidad –la de todos mis congéneres– puede llevarse al caño cualquier proyecto cargado de buenas intenciones.
El sentido de saberme amado, encontrado, perdonado, acogido en mis debilidades, es algo que me permite levantarme, salir de mí mismo, otear en medio de la noche de mi propia incomprensión. Ahí comprendo que la fe, sí, es un don; pero en este espíritu encarnado que soy, es también una decisión. Llegar a ella no es tan simple; y creo que al final de cuentas uno siempre acaba reconociendo que necesita purificarla de tantas expectativas que se pegan en el camino… Sin embargo, una vez que he tomado esta decisión, crezco en libertad, y miro en mi existencia una respuesta paradójica. Yo, como usted, creo que el Reino es hoy, está aquí y ahora, se construye con las manos de todos y los corazones dispuestos de todos. Digo que es paradójica porque mientras parece que estoy cerca, aún no llego. Justamente son todas esas debilidades, que usted describe tan bien, las que retienen la marcha. Sin la fe obsequiada y decidida, ¿cómo podría seguir en la marcha?
No es mi intención convencerlo, ni halagarlo; sólo comparto cuanto vivo a diario y cómo voy construyendo quien yo soy, día a día, lleno de algo que encuentro no proviene de mí. Tal vez le parezca que simplemente desdoblo mi capacidad y que, si así lo quisiera, podría darme cuenta de que he sido yo todo este tiempo, caída la venda de los ojos, afrontar la realidad con más bríos y libertad. Créame cuando le digo: lo he intentado, y la respuesta para mí siempre ha sido la misma: “al compás de mi andar, va otro viajero”.
Como parte de la materia «Dios, Uno y Trino», hemos leído un texto de André Comte-Sponville, filósofo humanista francés, en el que explica su ateísmo. No se trata de un hombre resentido de ninguna manera, ni de alguien con sentimientos acendrados contra la religión, Dios, o algún grupo religioso en particular. Más bien, con base en su constatación del mundo, habiendo vivido una historia determinada, y experimentado los indicios de una «espiritualidad sin dios», habla sobre cómo vive el día a día y los grandes retos que la realidad le significa. Su visión de Jesús —a quien desde luego no considera Dios— no es simplemente, como en Kant, la de un modelo perfecto de moral, sino el hombre que creyó en el amor por encima incluso de la salvación. En la cruz, el amor está martirizado, y la resurrección es la alegoría de que nosotros mismos somos quienes no hemos dejado de creer que vale la pena luchar. Una lectura muy interesante:
COMTE-SPONVILLE, A., «Salvar el Espíritu», en Conc, 337 (2010) 39-49