porque uno siempre regresa…
Escribo un poco una vez más. Me he dado cuenta que en el puerto no escribí tanto como me habría gustado. Ignoro las razones, pero agradezco que no haya escrito tanto, para dedicar tiempo a los que horadaron mi corazón hondamente en poco tiempo.
También digo que es una vuelta porque estoy de nuevo en el sitio que marcó mi inicio en las Escuelas Pías. En agosto de 2001 llegué a Celaya, procedente de Oaxaca, justo al finalizar la preparatoria. Mi corazón rebosaba de alegría porque comenzaba una aventura que marcaría mi vida, le daría rumbo y sentido. Duré dos años en esta casa, con una comunidad de lujo: había seis religiosos escolapios que, cada uno a su modo, nos iban compartiendo lo que a su juicio era lo más importante mientras estábamos en ciernes.
Hoy es distinto, pero el sabor es también agradable. Dentro de mí se debaten las memorias y los desafíos del presente. Es otra colonia después de todo. Los hechos de violencia que la atormentan me duelen y me intrigan. ¿Cómo te pasó esto, pequeño rincón de la provincia mexicana? ¿Cómo pasamos de las sonrisas amables a los ojos desconfiados; de las palabras suaves y los cantos, a la ausencia que deja el dolor de ver partir a los que más amas? No tengo respuestas todavía a esas interrogantes.
En las Casas de Formación, los formadores y los demás miembros de la comunidad se sienten corresponsables de los candidatos y constituyen con ellos una auténtica fraternidad…



Tengo esperanza en el corazón. Espero ser capaz de acompañar a estas personas en su día a día: sus luchas y sueños, sus desencantos y anhelos, su corazón atribulado, pero invicto. Es una comunidad buena, y me sorprende la cercanía que buscan con Dios. Es un modelo de Iglesia que tal vez no está a mi estilo, pero sé que nos iremos agarrando el modo.
La cereza del pastel es, definitivamente, poder compartir la vida con mis hermanos novicios que inician esta aventura fascinante y vertiginosa. Doy tres clases: cristología, Calasanz y constituciones. Aunque los nombres pueden sonar algo vagos, la intención es una sola: las clases que tomamos en nuestra etapa de noviciado han de transmitir un mensaje que cale hondamente nuestro mundo interior. Espero caminar en esa clave con ellos.
En casa somos nueve personas ahora. El padre Gerardo, el padre Guillermo -maestro de novicios-, y yo. Seis novicios que van caminando ya en su segundo mes de proceso; a quienes conocí en convivencias vocacionales alguna vez, y de quienes supe poco el año pasado. Hoy tengo el gran privilegio de acompañarlos en este trecho de la senda que no se agota porque siempre hay lugar para un aprendizaje, un desafío, una ilusión y un escalofrío.
La tarea que traemos entre manos es de suma trascendencia.
Buen día P. Oti He leído su escrito y me gustó el título y me hizo recordar algo que mencionó la Mtra. Emma en diferentes ocasiones «los hijos regresan a casa» y usted titula su escrito «porque uno siempre regresa» lo cual significa que usted regresa a su casa, aquel pequeño lugar donde creció y se formó y de donde surgió la persona que hoy en día es. También es de mencionar que no conocía sus dotes de escritor, y que bueno que algunos tocamos acá en el puerto su gran corazón. Hoy le toca ser maestro de esos jóvenes novicios, que Dios los bendiga siempre. Un saludo desde el Puerto de Veracruz.
alguna vez recuerdo que te di a leer algo, pero esto es distinto. Muchas gracias por toda su amabilidad y paciencia durante mi estancia en el querido Cristóbal Colón. Un abrazo fraterno.
Deseo que tengas mucho éxito en esta nueva etapa, que puedas pasarle un poquito de tu espíritu alegra y de servicio a los más jóvenes y que siempre disfrutes lo que haces. Te quiero mucho, pasre Oti!!
Mil gracias. Dios te bendiga siempre…