Fresco olor a pino, un viento helado que corre todo el tiempo, cielo nublado, pero brillante, y un silencio que resulta acogedor: sólo en el bosque.
Siempre me ha gustado llegar al bosque, siempre que haya una cabaña o un refugio para volver después de caminar o participar del maravilloso mundo que el buen Padre nos regala día a día. Creo que me gustan mucho los climas boscosos, la penumbra y el brillo del cielo, dado por el sol que se difumina a través de las nubes. Cuando hay frío, yo me puedo abrigar cuanto sea necesario, tomar un café mientras estoy sentado escuchando el viento cantar con las ramas.
Al terminar este mes habré estado tres fines de semana fuera del DF, en medio del bosque, participando con jóvenes venidos de diversos puntos del país. Estas experiencias casi siempre me dejan cansado y alegre: es un cansancio lleno de sentido sin que yo mismo me lo proponga; como si de pronto supiera que cada músculo del cuerpo tiene quejas, pero que en su conjunto está alegre, vibra en otra sintonía de cuando llegamos al bosque simplemente porque dentro de mí se ha confirmado una vez más el Amor del Padre en mi vida, que da sentido a cuanto realizamos. ¡Qué dicha poder vivir así el esfuerzo de estos fines de semana! Por eso también me gusta el bosque, pues es un lugar donde incluso los chavos toman otra luz, se miran distintos y ellos mismos pueden hallar un nuevo sentido para sus propios caminos.
Por eso los germanos miraban el bosque como un lugar especial, lleno de magia, que probaba el corazón de los seres humanos y les permitía llegar a nuevas comprensiones de sí mismos. Claro, tal vez ellos no lo decían con estas palabras; sin embargo, basta leer los cuentos de los Grimm para entenderlo. Esta seducción del bosque, desde que era pequeño, ha llamado mi corazón. No digo que me gustaría hacer como H.D. Thoreau e irme a vivir a una cabaña oculta en el bosque, sino que las visitas periódicas las aprovecho para mirar más allá de lo que cotidianamente observo en mi interior. Creo que el bosque es un lugar que tiene la capacidad de llevarme a otras ópticas, otros respiros, otra energía: lo creo un espacio reservado, sagrado, de encuentro con la chispa divina que habita en nosotros y nos hace ser hijos del Padre, hermanos todos.
Bendito seas, Señor, por tus bosques, porque en ellos te encuentro, porque me hablan de Ti con su amoroso acento, con su inolvidable aroma y con la brisa fresca y suave: murmullo-grito de la voz del Espíritu.