Festejamos los días nacionales cubiertos de lluvia. Tal parece que el cielo nos quiere recordar que vivimos en una situación un tanto gris, un tanto triste. O más bien será que yo le pongo eso al clima porque mi corazón se siente atribulado y confundido ante los acontecimientos que recientemente han llenado planas y planas de periódicos, notas de blogs, publicaciones en Facebook y actualizaciones en Twitter. Unos –los pocos– que comprenden y ven más allá de la teoría marxista de la lucha de clases, más allá de un presidente que hace valer el poder que ha recibido, más allá de las molestias que cualquier protesta en el mundo puede ocasionar. Otros –los más– se quedan simplemente mirando y hablan “según les va en la feria”. De éstos, quienes critican a ultranza los movimientos sociales y no son capaces de distinguir entre uno y otro, pero que se alzan anunciando que hablan por “México”, llegan ahora a extremos en verdad preocupantes e ignorantes de la historia nacional (en cualquiera de sus versiones). Luego, quienes critican al gobierno al menor movimiento, por cualquier detalle, por cualquier exceso, llaman a extremos que juegan con la idea revolucionaria, pero nadie se pone de acuerdo sobre la forma más adecuada de implementarlos. ¡Cuántos líderes han desfilado vendiendo causas, henchidos de privilegios! ¡Cuántos años de lucha de sabores amargos, recuerdos dolorosos y ganancias vacías! Pero aquí seguimos. “México canta y aguanta”. Argumentos van y vienen mientras los que toman las decisiones pasan leyes en menos de una semana y nos dejan merced de los intereses que por siglos han tomado al país como juguete, moneda de cambio o patio de entrenamiento… Y las marchas son solamente la punta del iceberg. Por eso hay que ver más allá, pero sobre todo hay que pedir más allá. Decía un hermano muy querido, el P. Veliz:
México necesita mexicanos capaces de sanar el tejido social en todos sus aspectos, para que se renueve en todo sentido. Y los mexicanos decimos en estas fechas:
Viva México, Viva México, Viva México y eso mismo nos pide compromiso de ser mexicanos a ultranza, comprometidos en lo que llevamos entre manos cada uno. Ponemos en manos de Dios nuestros destinos y con sentido crítico andamos los caminos fraguando nuestra historia para dar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes un futuro mejor.
Ser capaces de sanar el tejido social. ¡Ah qué complicado suena eso! Y Dios, visto como el “Señor de la Historia”, y poner en sus manos nuestro destino…
Esta mañana he llorado mientras estaba en misa. Esta mañana le he dicho a Dios: “Hoy me cuesta tanto creerte, me cuesta tanto confiar con todo el corazón en que Tú sabes, que Tú nos llevas en tus manos… pero confío, creo. Creo con un corazón pequeño y lleno de dolor, de tristeza por lo que le pasa a mi país y porque el futuro es gris para los pequeños, los que vienen detrás. Creo con la miseria de quien ha sido cómplice de la injusticia; de que la pobreza se perpetúe, para que todos jueguen con ella en tiempo de protestas y elecciones por igual; de que los que no tienen oportunidad se conformen con lo poco que les queda y sobrevivan lo mejor posible. Miro la lluvia lánguida y me siento “como mantequilla untada en demasiado pan”… Perdido como estoy, este poquito de confianza me sabe bien. Alienta mi esperanza.