Cuando planeamos algún evento, siempre ponemos en juego mucho más de lo que se dirá o se hará al final. Esta vez, desde la concepción de la convivencia se notaron las ganas porque todo saliera muy bien. Desde la preocupación de Víctor o la disponibilidad de Roberto, se podía entrever que nuestro corazón vibraba en forma especial.

¡Y llegaron 18! Hacía mucho que la casa no iba y venía con tantos muchachos. ¡Y qué alegría nos ha dado tenerlos por esta su casa! El juniorato toma un rostro distinto, creo que a los juniores nos vienen bien estas visitas porque renuevan el ánimo sabiendo que hay más jóvenes que se plantean en su corazón la misma duda acuciante que nos trajo a todos aquí. Además, algunos son «viejos conocidos», hermanos ya desde el corazón que los ha visto surgir e irse llenando de la Gracia de Dios. En sus rostros se iban dibujando sonrisas, ceños fruncidos porque la pregunta que se plantean es fundamental, gestos que reflejan la esperanza y la confusión propia de esta etapa –y que nunca se nos quita del todo porque el camino del Señor siempre nos plantea retos y búsquedas. Este camino no es de seguridades falsas, sino abierto siempre en clave de riesgo. 

En este fin de semana, nuestro tema principal era «ven y verás», y nuestra intención principal fue que nuestros hermanos vieran lo que hacemos aquí en casa, lo que ya implica ser escolapio desde la primera etapa de formación. Esperábamos que, detrás de lo que ellos vieran aquí, Dios hablara a sus corazones, les mostrara cuánto los ama y cómo los llama a vivir para Él. Para este camino,  destaco tres eventos que me parecieron fundamentales en el proceso.

Primero, la ronda de preguntas y respuestas a media mañana con algunos escolapios, tanto juniores, como padres, sobre lo que inquieta a cada uno de los miembros del grupo. Una de las riquezas de nuestra Escuela Pía es su apertura y la posibilidad del diálogo. Queríamos que ellos formularan el tema desde sus propias inquietudes y que pudieran escuchar otras voces con las que contrastarse. Nos preguntaron qué fue lo más difícil cuando dejamos la casa de nuestros padres para llegar a la Comunidad, que si hay una edad para tomar estas decisiones, que porqué estamos tan contentos, de dónde viene esa felicidad, que cuáles son nuestros miedos más grandes, que si hemos pensado en dejar la Comunidad alguna vez, que cómo hacemos si nos enamoramos, y nuestras novias, qué pasó con ellas… De esto y más pudimos hablar un rato ¡Y todavía sobraron preguntas!

Segundo, el compartir de lo que hacemos los juniores y la obra que representan los Hogares Calasanz, para reafirmar lo que habíamos hablado por la mañana. Los muchachos participaron con los tres grupos juveniles de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Tlalcoligia, DF. En su participación, algunos descubrieron la realidad de la parroquia como área de acción con sus propios retos y áreas de oportunidad. Otros, comprendieron que el trabajo que se hace con los grupos tiene muchos rostros, todos concretos, y que cada uno de los miembros del grupo le aporta su propia riqueza para conformarlo así como está ahora. Finalmente, por la noche llegamos al Hogar Calasanz (casa 1) con los más pequeños. Ahí, los muchachos hablaron con dos tíos: Mode, una mujer que lleva 15 años trabajando por y para los niños. Mirarla ahí, rodeada por los pequeños, uno se puede dar cuenta del gran amor que hay entre ellos, de su gran amor y su enorme paciencia nace el respeto que le tienen los chicos de Casa Hogar. Y Paulino, que alguna vez militó en uno de los grupos juveniles de la parroquia y hoy dedica su tiempo a formar a los niños de nuestras casas. Lo que el tío Paul les dijo, marcó a los muchachos y después, en el compartir de la noche, más de alguno llegó a hablar de él. 

Finalmente, después de la Eucaristía dominical, celebrada en la parroquia con los niños de la catequesis, tuvimos un encuentro con Emmanuel, nuestro padre provincial de las Escuelas Pías de México. Además de las palabras de ánimo y el reconocimiento de algunos que ya habían conocido al padre, o la presentación de los que vienen por primera vez, hubo un momento de diálogo, donde los muchachos pudieron hacer sus preguntas y también ser confrontados por las palabras del padre Emmanuel, quien insistió en que a esta vida hay que venir «con todo», sin guardarse nada porque la urgencia de esta vida nos llama, nos exige poner toda nuestra persona y, desde nuestra entrega, Dios irá actuando entre los niños y jóvenes a quienes tanto ama.

Así, en estos días tuvimos la oportunidad de ver quiénes son los muchachos, ellos, de ver quiénes somos los escolapios y lo que hacemos, en qué creemos, cómo vivimos y construimos la propia llamada. Compartimos la inquietud por estar cerca del Maestro, por el trabajo con los niños y los jóvenes porque creemos en la posibilidad de un mundo mejor. Si algo de nuestra experiencia puede iluminar la búsqueda de estos hermanos nuestros, damos gracias a Dios que nos pone unos frente a otros. Ellos, sin duda, nos han animado con la fuerza de su mirada, la energía, la inquietud que se contagian y renuevan el llamado, una tarde a la hora décima, Jesús nos sigue diciendo «vengan y verán». ¡Nos veremos la próxima vez!