
El siguiente texto es una reflexión personal hecha al calor del momento. Cerré mis clases con los novicios esta semana. Voy a extrañar a estos seis muchachos, y en verdad deseo que les vaya fenomenal en su aventura escolapia.
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Un regalo disfrazado de encomienda
Ha sido un privilegio y un regalo muy especial compartir con los novicios las sesiones sobre Calasanz y nuestras Constituciones. Recuerdo cuando yo era novicio escolapio y me senté en la misma sala (García Nuño), apenas descubriendo qué era eso de ser escolapio, quién era verdaderamente ese hombre, que pasó por esta tierra… Me entusiasma mirar cómo en el curso de unos meses, el conocimiento de José de Calasanz se torna en admiración y se vuelca en amor. Ahora que todo ha concluido, me siento satisfecho, contento, esperanzado y agradecido con Dios, las Escuelas Pías y este grupo de seis muchachos con quienes comparto el diario acontecer.
Hace más o menos un año me dijeron que estaría en esta comunidad para apoyar con algunas clases en el noviciado y atender la capilla de Cristo Rey. Cuando hablé con el p. Guillermo, me emocionó mucho saber que me tenía pensado para dar justo esas dos materias. Es parte fundamental de los noviciados conocer tanto la persona del fundador (Calasanz) como las líneas de vida de nuestro ser y quehacer como escolapios (Constituciones). Por eso, es un honor y una responsabilidad tan grande. Apenas colgué el teléfono, recuerdo haber ido a la capilla y dar gracias. También pedí luces porque hasta ese momento no había imaginado tener esa encomienda.
En 2003 fui novicio escolapio en un grupo de siete personas. De ese curso, cinco de México y dos de California, emitimos votos simples en julio. Y de aquellos siete sonrientes rostros, hay dos escolapios a la fecha. Uno en California: Benjamín Castillo y uno en México: Otilio Herrera. Mientras estudiábamos, usamos unos tomos de Asiain: Siguiendo al Señor en la Esperanza, de la década de los setenta. Hubo que ajustar alguna vez porque las constituciones ya habían cambiado, y luego salió una nueva edición justo en el 2004. Con esa versión estudiaríamos en 2019-2020.
Cuando tomé el libro de Asiain, noté que contenía subrayados, anotaciones y comentarios. ¿El autor? Mi propio maestro de novicios de principios de siglo. Imagina mi sorpresa, querido lector. Era como cuando Harry usaba el libro del Príncipe Mestizo, o algo así. Me hizo gracia, ilusión y surgió una pregunta: ¿cómo quiero yo orientar estos cursos? Porque en la mente yo tenía un plan, claro; pero era mejor ajustar ahora que veía sus rostros, sus preguntas.
He buscado que el texto de las Constituciones sea el que hable, que confronte el fondo de cada corazón, en sus deseos de seguir a Cristo. Sólo así podría purificarse la intención, como ha dicho Calasanz. Además, con una visión lo más realista posible, retratamos los vicios y virtudes de nuestras demarcaciones según cada número. Y nos atrevimos a preguntarnos: ¿puedo en serio comprometerme a vivir esto? La conclusión: La Gracia de Dios nos ha llamado, desconfiamos de nuestras propias fuerzas y seguimos a Cristo con paciencia y alegría. Esta vida nos exige intensidad y toneladas de misericordia.
He preferido que las fuentes calasancias nos ayuden a construir el retrato de un hombre excepcional. Calasanz es magnífico y ubérrimo, pero no basta con aprender datos biográficos para dejarse conmover por el sueño de una persona. Hace falta ir sopesando sus opciones vitales, su contexto, la motivación última del corazón que se infiere entre líneas al leer sus cartas, memoriales, reglamentos. Giner nos resolvió la parte hagiográfica y la Opera Omnia no pudo haber llegado en mejor momento. Gracias a ella, los novicios han leído el material original, se han emocionado, hasta indignado con ciertos pasajes de la vida del Santo. La huella profunda que se debe dar en el noviciado es un logro que ellos han construido con mínima ayuda mía.
Hemos hablado de la vida de Calasanz, de su pedagogía y de la espiritualidad. Dimos la mayor parte del curso a la parte biográfica, por supuesto. Sin embargo, tuvimos la oportunidad de acercarnos a memoriales, reglamentos y las constituciones de Calasanz para perfilar su visión pedagógica, tan adelantada a su época. También aplicamos los conocimientos adquiridos a un sucinto análisis de algunas virtudes calasancias. No puede existir una espiritualidad escolapia sin entender los pilares en los que descansa: Caridad, Paciencia, Temor de Dios, Humildad, Alegría, Silencio, Pobreza, Obediencia y Esperanza. Dejamos algunas para su época de juniorato…
En su momento, tuvimos momentos de compartir cómo lo aprendido tocaba la vida de cada novicio. Los retos y contradicciones interiores que descubrían, o las grandes intuiciones vitales. Al final, todo quiso resolver la misma pregunta: ¿Cómo puedes tú ser ahora un auténtico hijo de Calasanz?
Quiero pensar, de verdad, que el objetivo se ha cumplido. Sin embargo, eso lo sabe únicamente cada corazón. Será el tiempo, las obras y palabras de los chicos los que comprueben el provecho que han obtenido de estas lecciones breves. Esta tarde se terminó el curso sobre Calasanz, y mañana terminaremos el de Constituciones.
Esta noche, mientras escribo, no puedo sino agradecer a Dios la paciencia que ha tenido conmigo, otorgando más de una vez su luz para plantear los temas. Los cambios de los últimos tiempos en la forma de vivir y comprender la identidad escolapia nos han obligado a replantear algunos de los postulados de nuestros comentaristas. Yo mismo reconozco que fui formado en una lógica muy distinta hace 16 años. Profesé en 2004 y me marché unos meses después, para volver en 2012 a un horizonte transformado. Soy un hombre distinto al muchachito de 18 que, ilusionado y creyendo saberlo todo, comprometió su vida entera en algo que apenas comprendía verdaderamente.
Se ha cumplido un círculo. Las mismas mesas pequeñas y bailarinas con sus sillas azules son testigos mudos del proceso. Los mismos libros con anotaciones hechas por generaciones de novicios, que lo mismo ayudan que estorban el descubrimiento personal del contenido. La misma esperanza, encarnada en dos etapas distintas de mi vida. El mismo amor, añejado y tocado por la fragilidad humana, que palpita en ese espacio vital: una sala en el piso superior de la casa, cenáculo que año tras año sirve de cuna acogedora para los corazones febriles y anhelantes.
Llegué con la ilusión de contagiar un poco de mi admiración y amor por Calasanz. No obstante, en el camino me sentí más fascinado mientras descubría con los muchachos otras seis miradas del Santo. Cada uno guarda su propio enfoque, no cabe duda, y juntos se transforman en una sinfonía vibrante y alegre llamada las Escuelas Pías.