A propósito del 15 de mayo.

Ser maestro requiere una vocación. El trabajo que requiere es extenuante la mayor parte del tiempo y en ocasiones no existe una recompensa romántica. La fabulosa idea del maestro que es amado por todos sus alumnos al final del ciclo escolar, como pregonan varias películas, es bastante lejana a la realidad. No porque un maestro no pueda lograrlo, ni porque los alumnos sean incapaces de sentir afecto por su mentor, sino porque los grupos son tan extensos que una interacción rica es difícil de establecer.

Además, hay una especie de abnegación en la labor docente. Ponerse en el lugar de los alumnos puede de pronto llevar a negarnos a nosotros mismos. No en un sentido negativo, claro está, sino en esta idea del sacrificio útil que facilita el proceso de enseñanza-aprendizaje. Hacer cuanto sea posible.

Y aún con todo… yo quiero ser maestro.

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Voy por buen camino en la escuela, según parece. La materia que menos puntaje tenía está subiendo, reflejo de la mayor conciencia que tengo de los objetivos a cumplir. De pronto nuestro sistema educativo se basa en una sucesión de competencias a vencer, responsabilidades que cumplir, tareas que cubrir y entregar para su escrutinio. El verdadero valor del aprendizaje no puede ser numerado, definido por un crudo y simple dígito.

Lo comprendí después de ir en sexto de primaria, cuando supe que había personas con una calidad académica superior a la mía y no eran tratadas como correspondía. Zuggeis es la primera de ellas, la mejor. Ahora es arquitecta y trabaja, nos volvimos a ver después de un largo tiempo de no hacerlo. Lo más peculiar es que nacimos el mismo día, del mismo mes, del mismo año.

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Mi madre hizo la primera pregunta de varias que me esperan en estos días. ¿Qué quieres para el 23? Aún no sé que responderle, no porque no sepa lo que quiero, sino porque debo ordenar mis prioridades y tener en cuenta la situación por la que atravesamos. Además, de pronto me parece que no necesito nada, que soy realmente afortunado por los compañeros de viaje que el Padre ha puesto a mi lado.

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Soy muy nervioso. No puedo estarme quieto, con la mente en blanco, o sin un proyecto entre manos. De repente estoy cavilando en un soliloquio y alguien me pregunta algo, soy capaz de responder sin abandonar mi mónada… que increíblemente sangrón. La soberbia me pierde muchas veces. Otras, mi gran bocota -o mis dedos- porque no puedo limitar lo que digo, sale de mi corazón y punto. Aprendí un día que lo mejor es seguir al espíritu y dejar que su guía nos conduzca por un doloroso camino de evolución, que asosegarnos a la sombra de un huizache que tarde o temprano arderá para dejarnos desnudos ante un paraje yermo que no sembramos. Dichosos aquellos que viven en la autenticidad… espero alcanzarlos un día.

Y ya, suficientes divagaciones por esta noche… comentad sobre lo que queráis.