Ir con niños es como un bálsamo refrescante de vez en cuando. Los enanos tienen algo que me sabe poner los pies sobre la tierra casi siempre. En la calenda de San José me han vestido del Santo patrono y tuve que ir con seis niños en la batea de una camioneta durante todo el recorrido.
No se piense que todo fueron chanzas y juegos, sonrisas y albricias. ¡Oh no! Tuvimos una seria reflexión del porqué Dios no castiga, y de como los Reyes Magos sí. Porque “el Chapulín” decía que Dios me castigaría por llamar “mentirosa” a María, y yo le respondí que no: Dios no castiga. “A que sí” me dijo el chaval con los ojos encendidos, como si de Torquemada se tratase. “Que no” le respondí con la misma chispa de Francesco. A final de cuentas, mi interlocutor tuvo el atino de mencionar a los Reyes Magos. Sí, ellos son de armas tomar. “Mira que si no te portas bien…” añadí. Así dimos por terminada la disputa y seguimos comiendo nuestras sendas medias tortas de frijol con queso, acompañadas de un poco de café con canela.
Luego, en uno de los recibimientos, me dice una de ellos: “mi maestro hace magia” como si de Harry Potter me estuviera contando. “Ingrid,” pregunto, “¿cómo así que tu maestro hace magia?” “Sí, hace así, y luego se pone un billete… y luego, le pega así… y luego… y luego, ¡¡ya no está!!” Todo lo anterior acompañado de los gestos adecuados (que sin ademanes no hay magia) y diciéndolo como quien hubiera descubierto el truco… pero, claro está, no lo revelara por respeto al ejecutante y discreción. En fin… yo me quedé contagiado con su asombro. Pero luego mi azucena se atoró y tuve que volver a mis preocupaciones de San José.
Al final, uno de los niños se durmió sobre mi pierna, el otro sobre mi hombro. Las niñas se reían, pues ellas sí habían aguantado todo el camino. Eso de la edad del club de Toby y el club de Lulú… pero bueno.
Eso de andar con niños lo vuelve a uno a sus raíces… y hace recordar ¡porqué no se ha casado!