¿Líderes escolapios?

¿Qué une a cuarenta y tres jóvenes de cuatro estados diferentes, con historias y contextos tan variados? ¿Es posible establecer lazos lo suficientemente fuertes e intensos durante tan solo dos fines de semana? ¿Cómo comprender lo que sucede en este espacio de libertad y creatividad que reúne a lo que esperamos sea una verdadera selección de personas con capacidad de liderazgo en los colegios?

Hay dos factores que explicarían lo sucedido este fin de semana. Primero, lo escolapio. Un aspecto básico de identidad que rebasa hasta las mismas definiciones, pero que permea en las historias de cada uno de ellos. Con mayor o menor intensidad, cada uno de ellos ha conocido a Calasanz, lo que sus hijos hacen día a día por establecer una forma diferente de vivir, una forma diferente de crear a partir de los sueños que el Espíritu compartió con un hombre hace casi 400 años. Lo hacen suyo porque les ha tocado el corazón, ha cambiado su existencia. Y segundo, la energía vital que el Espíritu ha sembrado en el corazón de estos jóvenes. En sus ojos encuentro la esperanza, la alegría, la garra, la curiosidad y la pasión de quienes buscan transformar una realidad alienada, vendida al mejor postor, desconfiada de su propia sombra, sofocante. No están dispuestos a dejarse vencer aunque hoy no comprendan del todo la envergadura de su empresa.

Hay tres aspectos de esta generación que me llaman la atención más que nada. La gran dinámica de integración que llevaron los chavos desde el inicio del fin de semana, haciendo un grupo muy compacto y fraterno. La interrogante que planteó nuestras necesidades de acomodar a los chavos visitantes con líderes de otros años. Y la química que se estableció entre el grupo y yo.

El viernes nos regalaron un momento de música y convivencia como pocas veces he visto en el proyecto de TaLid. Todos juntos, entre cantos calasancios y música popular, encontraron un momento de esparcimiento, seguido de las proverbiales fotos. Ya dentro del mismo taller, hubo momentos en los que la camaradería estuvo a la orden del día. Desde lesionados –casos no tan graves, gracias a Dios– hasta la misma escucha atenta de la participación de cada miembro de la generación. Daba la impresión de que se conocían desde hacía bastante tiempo. Finalmente, el círculo al final de la misa, después de la entrega de reconocimientos, en el que muchos participaron dando gracias a los participantes por su presencia, por la experiencia, por la guía de los escolapios a cargo del taller –religiosos y laicos– y dejando un claro mensaje de esperanza de volverse a encontrar en el siguiente módulo del TaLid.

Si los líderes de años anteriores se animaron o no a participar recibiendo a uno de los nuevos en su hogar, pudo deberse a condiciones muy diversas, en las que no repararé ahora mismo. Sólo me queda la interrogante sobre la calidad personal de quienes preparamos dentro de este proyecto. ¿Va más allá de la convivencia maravillosa de dos fines de semana? La búsqueda de vivir en valores, transformar su realidad y encontrar hermanos con quienes construir un nuevo mundo, ¿termina nada más recibir su diploma? Creo que no. Tan es así, que varias personas abrieron las puertas de su casa para recibir gozosamente a más de un muchacho que comenzaba su aventura en este proyecto. Me dio mucho gusto poder ver a más de un rostro conocido, querido y admirado por este gesto de amor que nos renueva la esperanza en un mundo más humano, más justo.

Por último, me encantó la química que se dio entre el grupo y yo. Cabe decir que venía del Taller de síntesis de vida de CRUCES, y me había resultado algo complicado tener tiempo para respirar, reposar todo lo saboreado en esos seis días, y regresar al trajín. Fue una experiencia complicada, pero deliciosa. Han sido los mismos muchachos quienes han facilitado todo el proceso para mí. Con mucha alegría puedo decir que los temas que había preparado funcionaron bien, que los chavos también pusieron todo de su parte para engancharse al discurso, a las actividades, a la dinámica de grupo, a los elementos de contenido, etc. ¡No puedo pensar en mejor forma de aterrizar después de este momento de silencio, escucha, meditación, diálogo y encuentro! Precisamente pude seguir en silencio, escuchando las voces de estos cuarenta y tres jóvenes, meditando en mi corazón lo que me dicen –y lo que callan, tal vez– Al establecerse este diálogo, las condiciones fueron inmejorables y plantean nuevos retos para la dinámica grupal. ¡No cabe duda que el encuentro con los jóvenes siempre resulta una confrontación que confirma, anima, desafía, convierte y evangeliza.

Todo debe recibirse de la mano providente del Señor que lo dirige todo a un fin perfecto.

José de Calasanz

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