Un alba…
Apresuradamente nos dirigimos al obrador de las hermanas Oblatas de Jesús Sacerdote, en calle Arenal, para encargar un alba, después de conocer la primera fecha de la ordenación diaconal: 18 de noviembre. ¡Estaba tan cerca! Gracias a Dios había una en el guardarropa, sólo necesitaría unos ajustes menores, sencillos. Me recordaba al alba que usa Chuy, eso me gustó. Además es cómoda y amplia, por aquello de que uno tiende a subir de peso una vez ordenado… Un cíngulo completaba el atuendo.
Luego vino el trámite, conseguir los papeles para armar un expediente que probase la idoneidad de mi candidatura al diaconado, y la calma de la burocracia unida a la novatez de mi comunidad en asuntos tan imbricados. ¿No podría ser más simple? ¡¡Pues no!! No quedó más que esperar y cancelar aquella primera fecha, para posponer el evento hasta nuevo aviso.
La hermana Rufina pensó que ya no volveríamos por el alba. Habíamos quedado que el viernes siguiente estaríamos para recogerla, pero pasó el fin de semana y ni luces nuestras. Con todo, ella conservó el alba y estaba lista hoy por la tarde. Me causa ilusión porque es mi primer alba, propiamente hablando.
Anoche me convocó el p. José Luis a acudir a la casa provincial por la tarde, pues iríramos a visitar el convento y averiguar si ya estaba lista el alba. Él tenía un asunto más que arreglar, así que mataría dos pájaros de un tiro. No sabía que nos llevaría la señora Salomé C., quien llegó unos diez minutos después de mí a la casa provincial. Partimos los tres y nos encontramos con la alegre noticia de que el alba estaba lista: me la medí, me quedó, fue doblada y embolsada propiamente. ¡Podía llevármela a casa!
Hace algún tiempo, Mayra Medina nos preguntó sobre las vestiduras especiales que utilizamos en nuestro ministerio, su sentido para nosotros y para las personas que nos miran. Hoy comprendo que un alba tiene más de un significado.
Primero, al ser blanca nos remite a aquellos que blanquearon su túnica con la sangre del Cordero. Eso me hace pensar en la fidelidad, en permanecer unido al Amor que nos ha convocado a esta vida nuestra. Ellos no amaron tanto su vida que temieran la muerte, y nosotros vivimos llamados a que la muerte actúe en nosotros para que la vida se multiplique en quienes nos rodean. Creo que eso significa vivir con fidelidad un compromiso por la vida, que en medio de nuestra cultura de muerte es una aventura insólita.
Segundo, al ser diferente a lo que cualquier ropa casual de hoy en día, nos remite a tiempos anteriores al nuestro. Alguna vez recuerdo que mi profesor de Ética dijo: ¿Por qué me tengo que disfrazar de Romano en fiesta para celebrar misa? Es posible que para muchas personas, este ropaje me separe de ellos. Algunos, por respeto a lo sagrado y el misterio que existe detrás de nuestro llamado, de nuestra vida, de Quien sostiene todos nuestros esfuerzos. Otros, por la desconfianza ante una institución que sociológicamente hablando está desgastada en su marco simbólico. Los más, porque no comprendan que detrás de la túnica hay una larga Tradición que habla de servir antes que ser servido, de tener los mismos sentimientos de Cristo, o de amarnos unos a otros como Él nos ha amado. ¡Qué difícil explicar un símbolo cuando ha perdido su capacidad de comunicar!
En lo que falten los hombres, seguramente suplirá el Señor.
Creo que tener un alba en mi cama, esperando ser colgada al terminar de escribir estas líneas, signfica que el compromiso que adopté el 7 de abril de 2003, y que ratifiqué para toda mi vida el 23 de septiembre, va acompañado por un llamado a servir a mis hermanos más pequeños a través de la Gracia de los Sacramentos y la Palabra. Ahí está una dimensión del amor de un corazón escolapio: el que se preocupa que todos estén cerca del buen Señor, que a todos nos invita a su amistad; ¡a la santidad!
Estoy emocionado y contento. Dios va poniendo poco a poco lo que es necesario para que su Plan se realice en mí, a su debido tiempo y bajo su bondadosa mano. Es verdad que me había alegrado mucho ante la premura de la primera fecha, pero también he ido descubriendo que, como dice Calasanz, no hay por qué tener prisas. Mi corazón sigue encendido por un amor que va más allá de lo que puedo comprender: esta alba es un signo de que mi vida busca vibrar en esa sintonía.